BASURA INCENDIARIA El Periódico, 10.1. 2020

La reciente “cima” del cambio climático convocada por la ONU en Madrid no es tal (no está en las alturas como cualquier otra “cima”), sino en lo más bajo posible (una profunda sima) si nos atenemos a los resultados de esta, más allá de sus funciones de altavoz mediático de distintos grupos de presión a favor o en contra de temáticas ambientalistas diversas.

Una vez más, no parece que la solución a cualquier problema de dimensiones planetarias vaya a ser un gran consenso mundial. Más bien todo apunta a que las grandes alteraciones del estatus mundial provendrán de cambios en las actitudes y comportamientos de las gentes a nivel individual y de pequeñas colectividades. Ello conlleva que la “solución climática” (ambiental) esté probablemente más en la gestión doméstica de nuestra vida diaria que en los fastos políticos y de lobbies. Para ello sería precisa una política de lo cercano, de lo posible, de lo individual.

Viene esto a cuento de la reciente noticia del incendio de una planta de residuos en Montornés del Vallès que contaminó el rio Besós perjudicando gravemente la recuperación de un ecosistema fluvial que empezaba a regenerarse con éxito. Este hecho coincidió casualmente con la “sima del clima” y con rimbombantes declaraciones políticas y publicitarias sobre las “bondades” de España y sus empresas en cuanto a la lucha contra el cambio climático.

Sin embargo, a poco que busquen por Internet descubrirán que en la “España de las Maravillas” se han producido casi 300 incendios de plantas de reciclaje de residuos en tan sólo 8 años. Esta siniestralidad es muy extraña: ¿es que el sur de los Pirineos es más propenso a incendios casuales?, ¿nuestras instalaciones no tienen medidas de prevención de incendios? Ciertamente, demasiados incendios en plantas de reciclaje; y que lo sean por casualidad no es creíble. Más bien es altamente sospechoso: o el reciclaje de residuos no es negocio mientras que sí que lo es su recogida o, aún peor, lo es únicamente la subvención que pueda acompañarla. Mientras, archivamos la basura en contenedores de colores y la paseamos hasta los “ecoparques”. Nuestra cacareada vocación de economía circular (reaprovechar residuos) es en realidad una economía de trasvase de porquería. Y cuando ya no es negocio nos dedicamos al tráfico ilegal de residuos, cómo se vio el pasado septiembre en Indonesia, que en dos meses interceptó más de 2.000 contenedores de residuos procedentes entre otros, de España.

Ciertamente, el problema requiere soluciones sistemáticas y globales que rediseñen nuestro sistema productivo, pero también y sobre todo de un cambio de actitud individual, que, sumado a millones de cambios de actitudes, pueda servir para alterar la tendencia autodestructiva de nuestra economía depredadora basada en el consumo injustificado de todo tipo. Y esto afecta a nuestra coherencia individual y colectiva. Por ejemplo, a pesar de que el carbón es altamente contaminante, en España lo hemos subvencionado desde 1989 con más de 28.000 millones de euros y en Europa representaba en 2017 la cuarta parte de la producción eléctrica.

Mientras pretendemos dar lecciones ambientalistas a la humanidad entera resulta que, en este país, como en muchos otros, cuando la basura nos llega al cogote no la reciclamos, simplemente la quemamos. Y si el incendio se lleva por delante un bien común como puede ser un ecosistema fluvial ya vendrá el seguro a compensarlo. Y es que lo que se quema es mierda con denominación de origen: mierda de país.


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